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sábado, 26 de noviembre de 2011

"El asesino de Tomás no es un monstruo"


Publicado el 23 de Noviembre de 2011

Cuando un varón ataca a una mujer, o a un ser querido de ella, lo hace amparado en la creencia de que esa mujer le pertenece y que si no cumple con sus deseos él tiene derecho a violentarla.
 
Muchas personas quedamos horrorizadas frente al asesinato de Tomás Damero Santillán. ¿Es posible tener la crueldad de masacrar a un niño de esa forma? “¡Sólo un monstruo podría hacer algo así!” es lo primero que pensamos. Sin embargo, todo indica que estamos frente a un caso muy vinculado al feminicidio, como fue en agosto el asesinato de Candela Rodríguez, y que más que extraordinariamente monstruoso, esta muerte revela la personalidad de un feminicida que planificó con detenimiento sus actos de acuerdo al objetivo de dañar profundamente a una mujer.
Adalberto Cuello, ex pareja de Susana Santillán –la mamá de Tomás–, la había amenazado con pegarle “donde más te duele”. Si Cuello es el asesino, como presume hasta ahora la principal línea de investigación, Tomás habría sido su víctima directa pero hay otra víctima de este asesinato, Susana Santillán, a quien Cuello habría castigado con un dolor inconmensurable y dejándola sumida en un conflicto de dificilísima resolución: el asesino de su hijo es el padre de su otro hijo bebé.
¿Por qué Cuello habría querido castigar de esta forma a Santillán? La anécdota dice que porque ella no lo dejaba ver al bebé que tenían en común debido a que él no pagaba la cuota alimentaria. Frente a eso podríamos pensar que el tipo está completamente desequilibrado por resolver con una acción tan violenta y monstruosa el problema. Pero si Cuello fue efectivamente el asesino, no es un monstruo, sino un varón violento que extremizó el delirio de poder masculino. Algo que nos permite la teoría de género es comprender que cuando un varón ataca a una mujer, o a un ser querido de ella, lo hace amparado en la creencia de que esa mujer le pertenece y le debe obedecer y que si ella no cumple con el acatamiento de sus deseos él tiene derecho a violentarla para lograr la sumisión. Es decir que la violencia de un varón hacia una mujer no forma parte de la historia individual de esa pareja, sino de una estrategia de dominación que abarca todas las relaciones de género en la sociedad patriarcal que compartimos. Y la violencia de género –de varones contra mujeres– tiene características propias que la definen –como el consenso y naturalización social– pero a su vez está inserta en un contexto más amplio de relaciones violentas que los varones promueven con su entorno porque fueron educados para resolver con violencia los conflictos que se les presentan.
Si Cuello es el asesino, no es diferente a Omar Bertozzi, de 46 años, que en enero de 2010 asesinó a golpes en Santa Fe a su hija Carolina Bertozzi, de 18 meses, en el contexto de una golpiza que incluyó a Liliana Leva, madre de la nena. Tampoco sería diferente a Martín Torres, que el 2 de abril de 2010 degolló en Tigre a su hijo Dante Torres, de ocho años, a su ex mujer Sabrina Cennamo y a Paloma, la beba de seis meses que ella había tenido con una nueva pareja. En agosto de este año, fueron degollados en Corrientes Andrea Rodríguez, de 12 años, y Cynthya y Jorge Maldonado, de siete y cuatro; se sospecha de la ex pareja de la madre. Estos son apenas algunos de los casos relevados mes a mes en base a la cobertura de los medios de comunicación por el Observatorio Maricel Zambrano, de la Asociación Civil La Casa del Encuentro. Como el asesinato de niñas, niños y personas allegadas a las mujeres víctimas de violencia de género es habitual, en el Observatorio crearon la categoría específica de “feminicidios vinculados” para nombrarlos.
Quienes conceptualizaron por primera vez la palabra “femicidio” en los años ’70, Diana Rusell y Jill Radford, lo definieron como la “forma más extrema del terrorismo sexista”, asesinatos motivados “por el desprecio, el odio, el placer o el sentido de propiedad” que sienten los varones hacia las mujeres, y el resultado final de “un continuum de terror”. Este desprecio y odio hacia las mujeres se manifiesta sobre sus cuerpos o sobre los de las personas que ellas aman, con el objeto de herirlas. No estamos frente a monstruosidades excepcionales de varones alterados que merecen más un instituto de salud mental que una cárcel. Sin duda, tanto las mujeres víctimas de violencia como los varones victimarios necesitan contención emocional y trabajo terapéutico para salir de situaciones de violencia y no reiterarlas, pero quien comete un feminicidio es un delincuente, no un enfermo mental. Por el contrario, son personas que suelen tener vidas sociales llevaderas y agradables, y por eso luego el vecindario se pregunta “¿Cómo puede ser que ese hombre haya asesinado a su esposa si era tan amable?” La psicóloga francesa Marie-France Hirigoyen dice de los varones violentos: “No presentan ni dificultades particulares en su vida social, ni un trastorno psiquiátrico evidente. Todo sucede como si el hecho de polarizar sus dificultades en el marco de la pareja les permitiera conservar la vida social.”
Pensar a estos varones como monstruos les quita responsabilidad sobre los hechos, lo cual contribuye al consenso y naturalización social de la violencia de género. Hace falta visibilizarlos como varones extremadamente violentos, capaces de actos que quizá no cometerían la mayoría, pero cuya raíz de dominación y desigualdad si nos involucran a todas las personas. Se trata de varones violentos y asesinos, sin excusas.

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